El conocimiento de los políticos
Desde la perspectiva de la epistemología (rama de la filosofía que se ocupa del estudio del Conocimiento), para que podamos decir que sabemos algo son necesarias tres características: creencia, verdad y justificación.
Cualquiera de los recientes descubrimientos a que nos tienen acostumbrados nuestros excelsos representantes en democracia debería dar lugar a varias creencias que podemos globalizar en una más genérica: su capacidad terapéutica frente a los males sociales que nos flagelan.
Tomemos por ejemplo la certeza de que «Tendremos el Estado del bienestar que nos podamos permitir» formulada por uno de los insignes pre-citados.
Al referirnos a la verdad perteneciente a tal creencia, no podremos hablar de certeza absoluta, ¿pero sí de un grado suficiente para que una comunidad despierta lo acepte?
En cuanto a su justificación: las razones fundamentales para mantener la creencia deberían ser aquellas que sustentan al método científico moderno: básicamente la demostración y constatación, por cualquiera que se lo proponga, de la validez de tal hipótesis.
A este respecto son de aplicación las teorías externistas del conocimiento. En el caso de la teoría causal esta creencia sería conocimiento si pudiera probarse causada de manera adecuada. Y ciertamente parece haberlo sido para los fines propios de la política: acceder al poder.
Para la perspectiva fiabilista también sería aceptable puesto que la cadena causal utilizada parece fiable y además no existiría oposición con el conocimiento a priori: todo el mundo intuye que para gastar hace falta previamente contar con recursos.
Desde un punto de vista teleologista, también podemos afirmar que tal creencia se ha obtenido en un ámbito correcto (método riguroso) y aporta conocimiento por medio de generación de creencias ejercitadas en el ámbito fijado por el diseño evolutivo: una vez caidos del guindo no deberíamos abundar en el error que nos condujo al castañazo.
El saber obtenido es de carácter ampliativo y en él han intervenido tanto razonamientos deductivos (…si no hay tela no podemos tejer más trajes…) como inductivos (…como no vamos a renunciar a los trajes deberemos obtener más tela...¡no había otra opción!). Estos últimos son los que han permitido inferir nuevo conocimiento aunque al precio de no adaptarse bien a “certezas” de tipo cartesiano (¡no vamos a subir los impuestos!).
Bien, ya tenemos claro cómo el proceso de conocimiento de los políticos entronca directamente con los límites y la validez del conocimiento humano (gnoseología) aportándonos la certeza de que cuando nos mienten lo hacen de manera racional y consciente, únicamente para garantizar la supervivencia ecológica de la especie. Pero… ¿se trata de nuestra especie o únicamente de la suya? Ya nos previene Garreta [1] sobre la política: «La meta del proceso de justificación pública es la justificación de acciones (las políticas del Estado), no de creencias, y parte fundamental de ese proceso de justificación depende de premisas que tienen el estatus de actos de aceptación«.
Fuentes