Dentro del laberinto humano
Para Octavio Paz [1] la soledad no es una ilusión, es la vida contemplada con los ojos abiertos. No tiene por qué verse como un sentimiento de inferioridad frente a los demás. Y esta idea nos permite concebirla en el laberinto humano como una percepción iluminada de nuestra diferencia frente a los otros. Aunque determinadas actitudes y comportamientos puedan hacernos pensar que los grupos considerados diferentes viven en un laberinto de dificil salida, en realidad – bajo la perspectiva de Octavio Paz que él utiliza para referirse al mexicano – podemos entender que dentro de tales grupos el joven miembro «usa máscaras para proteger su intimidad, no le interesa la ajena y por lo tanto, el círculo de la soledad se vuelve a cerrar«.
Bajo esta luz aparece la intimidad defensiva de la soledad en el laberinto de la inteligencia sentiente de Zubiri [2], donde se produce una actualización de la realidad en el intelecto y su correspondiente reacción en el ámbito del comportamiento del individuo. Así, aquel opta por no salir del laberinto de su soledad pues en éste percibe seguridad y la posibilidad de supervivencia de su yo frente a las amenazas exteriores.
Leyendo a Brown [3] podemos intuir como , según él, los seres humanos inmersos en un laberinto (en este caso de carácter espacial) no intentan aprender patrones o configuraciones de caminos, sino más bien sucesiones de movimientos corporales. Parece así sugerirnos su estudio que las implicaciones de sumergirse en la maraña llevan a los sujetos hacia intentos y aprendizajes actuacionales antes que a raciocinios. Siguiendo este hilo argumental, parece razonable deducir que todo sujeto inmerso en su entramado de confusa soledad tenderá hacia la inactividad si desea permanecer dentro y – al contrario – maximizará su nivel de actividad si decide buscar una salida. En este último caso deberá afrontar la inquietud de la búsqueda prolongada y, en el caso de los menos pacientes, terminará por sucumbir a los actos descontrolados a que mueve la desesperación.
La percepción humana del laberinto personal conlleva siempre tomar decisiones críticas. En un caso nos decidimos por la táctica del avestruz, cuando el sujeto decide no luchar y – como dice Borges ( ver Almeida [4] ) – «se siente prisionero, donde se encuentra ante una terrible soledad y lo que hace o piensa para entretenerse y gastar su tiempo, creando un mundo imaginario con pensamientos contradictorios a la realidad«. Pero es éste un escenario nacido de concebir al hombre encadenado al interior del laberinto, sojuzgado por un infinito que lo supera y del cual únicamente puede huir.
Mas no estamos obligados a ser derrotistas. El «Viejo Maestro» Lao-Tsé (604 a.C-531 a.C.) ya nos dejó su famosa frase «la manera de hacer es ser«. Nada está perdido incluso en el interior del laberinto. Eso sí, hace falta arrostrar las dificultades de la vida con coraje y decisión, intentando ser activo (Fromm[5]): «El modo de ser tiene como requisitos previos la independencia, la libertad y la presencia de la razón crítica«. El modo de ser, por oposición al de tener (ambición material), nos lleva hacia el amor vital, el placer y la comunión con los demás. ¡Aún podemos elegir!
Fuentes:
[1] Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. Mexico City: Fondo de Cul, 1981.
[2] Zubiri Apalategui, Xavier. Inteligencia sentiente. Tecnos; 1 edition (January 1, 2004). Ed. abreviada por Francisco González de Posada. ISBN-10: 843094107X. ISBN-13: 978-8430941070.
[3] Brown, W. Spatial integrations in a human maze. University of California Publications in Psychology, Vol 5, 1932, 123-134.
[4] Almeida, I. [en línea] Borges, o los laberintos de la inmanencia. [consultado: 16/11/2013] [enlace externo]
[5] Fromm, E. ¿Tener o ser? Fondo de cultura económica. 1ª Ed. Madrid, 1978. ISBN: 84-375-0170-9.