Pueblo representado, ¿sociedad manipulada?
A través de sucesivas sendas de dominación, rebelión y pseudo-liberación, hasta traspasar el umbral del tercer milenio, nuestro mundo traza su rumbo deslumbrado por la estela de bienestar que dejan tras de sí las democracias ya consolidadas. Las diversas sociedades, conforme maduran, anhelan adquirir su libertad, entendida ésta como ausencia de dominación. En palabras de Gil [1], citando a Petit, diríamos que pugnan por «Una sociedad libre de dominación, en la cual hombres y mujeres no se sientan subyugados bajo ningún poder y en la que se favorezca la libertad y la igualdad desde una concepción pluralista y compleja de nuestra propia realidad«.
La humanidad huye de la dominación desde las profundidades del tiempo: totalitarismos y teocracias recalcitrantes han oscurecido su futuro y estorbado su crecimiento durante siglos. Para Mansilla [2] ésta conceptualización del estado tiene un carácter «absolutista, que se inclina [..] por la exaltación del Estado a una dignidad ontológica muy superior a la del hombre«. Y si la estructura gobernante se acostumbra a esta deificación y suprema elevación sobre sus tutelados, ¿cuánto puede tardar en asumir primero e imponer luego el carácter hereditario e indiscutible de su situación superior? La historia – aún la más reciente – está llena de múltiples ejemplos de lo expuesto.
El problema está, nos dice Maturana [3], en «creer que uno puede dominar a los otros reclamando para sí el privilegio de saber cómo son las cosas en sí«. Para los que integramos esos batallones de vulgares marionetas la frase de Maturana equivale a un etiquetado de supina estupidez. Así como las ovejas del rebaño son gobernadas por el perro del pastor, así nosotros somos obligados a obedecer la voluntad de nuestros representantes, pues ellos nos consideran (o nos quieren conceptualizar así) incapaces de regular nuestra vida por nosotros mismos. ¿Se comportan quizás como el padrastro que administra la herencia y no desea renunciar a los privilegios de su control?
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A todo esto ¿son los nuevos «fabricantes de rebeliones» una solución a la dominación? Estos movimientos aciertan en apuntar «contra un sistema que se ha quedado anquilosado en sus formas totalitarias de representación democrática» (Denis [4]), pero aunque platean una rebelión clara frente al modelo burgués de sojuzgamiento no terminan de facilitar una «liberación de la dominación», sino que se limitan a tomar el relevo al frente de la misma y establecen un mero nominalismo reformista.
Como nos plantea Denis, «la democracia tiene que dejar de ser puramente representativa«, pero la institución de una sociedad civil que facilite caminar hacia una democracia ¨participativa¨ requiere mecanismos que la protejan de la manipulación por parte de los estamentos de poder: para dejar de ser marionetas hace falta tanto adquirir el caminar autónomo como la capacidad de liberarse de los hilos.
Ahora bien, teniendo claro todo lo anterior, la pregunta es ¿hay una alternativa al caduco modelo de representatividad? Tendremos que pensar en ello con seriedad y, dados los últimos acontecimientos, con una cierta sensación de urgencia.
Fuentes:
[1] Gil Soldevilla, J. [en línea]. Una reflexión en torno al concepto de libertad como no-dominación en Walzer y Pettit. Enfoques: revista de la Universidad Adventista del Plata, ISSN 1514-6006, Nº. 2, 2004, págs. 141-150. [consultado: 30-09-2012] [Enlace externo]
[2] Mansilla, H. [en línea] La evolución del estado y la universalidad del totalitarismo. Revista de Estudios Políticos (Nueva Época), Núm. 57. Julio-Septiembre 1987. [consultado: 30-09-2012] [Enlace externo]
[3] Maturana, H. [parcialmente en línea] El sentido de lo humano. pg. 24. Ed. Granica, S.A. Argentina, 2008. [consultado: 01-10-2012] [Enlace externo]
[4] Denis, R. [en línea] Los Fabricantes de la Rebelión. Movimiento Popular, Chavismo y Sociedad en los años noventa. [consultado: 01-10-2012] [enlace externo]