Trabajo y Futuro ¿son compatibles?
Trabajo y Futuro. Éste es un mundo moderno, donde las maravillas de la tecnología nos inundan a cada paso. Y lo hacen permitiéndonos augurar un futuro brillante para nuestra civilización. Pero no todas las consecuencias son tan maravillosas como prometían. Y aunque en épocas de abundancia no lo percibamos, cuando llega la carestía la verdad se muestra en toda su crudeza.
Por eso fijémonos en un vocablo aparentemente inocuo y siempre asociado con los conceptos de adaptación, inteligencia y supervivencia. Me refiero al término «flexibilidad». El bambú es flexible y por eso sobrevive a la tormenta. El plástico es un material flexible y ello le permite ser moldeado a imagen y semejanza de cada necesidad. Así puede sustituir a otros materiales rígidos como el metal, la madera o el vidrio. Es la excusa perfecta: abandonemos lo rígido y adoptemos la nueva maravilla. Pero claro, resulta que dicho material milagroso no es biodegradable y por ello contamina nuestro medio ambiente físico.
Trabajo y Futuro. Abandono político
Pues bien, la «flexibilidad» impuesta por la civilización moderna, a semejanza de lo que hace el plástico en el ámbito físico, también contamina nuestro espacio social. El enfoque flexible del trabajo nos sumerge en lo que Beck [1] denomina «economía política de la inseguridad». Al principio algunos estratos sociales podían mirar hacia otro lado y pensar inconscientemente que tal amenaza no iba con ellos, pero a medida que las crisis se han ido sucediendo la amenaza de lo «flexible» se ha ido extendiendo incluso a los trabajos mejor retribuidos y de mayor cualificación. Como expone Beck, «las bases del Estado social se resquebrajan» y prometen una ampliación de las clases pobres que termine por incluir a la multitud de pensionistas «no productivos».
Interesadamente se induce una mentalidad discriminatoria hacia el mundo del jubilado, causando que -en palabras de Bataglia [2] – «las nuevas generaciones no son solidarias con los jubilados porque, en su gran mayoría, piensan que representan un factor de riesgo económico para la sociedad». Y comienza a evidenciarse así una política peligrosa, influida por el mundo del capital y las grandes empresas, donde las desigualdades que aporta la flexibilidad pueden disculparse en base a la supervivencia del mercado. Es lo que nos muestra Castillo [3] al expresar que «las políticas empresariales quieren hacernos creeer justificando un trabajo degradado, preámbulo de biografías rotas por doquier, como una imposición del mercado y de su supervicencia (la de las empresas)».
Si queremos sobrevivir como especie y mantener nuestra «humanidad» no podemos dejar la responsabilidad de la dirección social en manos de criterios fundados exclusivamente en los fríos beneficios económicos, los cuales además no revierten al colectivo como estamos viendo sino que pasan a ser de dominio exclusivo de unos pocos manipuladores. Y para llegar a eso tendremos primero que construir una clase política nueva, capaz – por contraposición a la que tenemos – de armonizar las directrices económicas y la protección social, atreviéndose por fín a dar respuesta a la eterna pregunta ¿a quién corresponde la propiedad de este mundo?
Trabajo y Futuro. Fuentes
[1] Beck, U.- [en línea] Libertad o capitalismo: el incierto futuro del trabajo. EL PAÍS, domingo 24 de febrero de 2002. OPINIÓN / 17 [consultado: 03-11-2012] [Enlace externo]
[2] Bataglia, F.- [en línea] Aumenta la pobreza entre los jubilados europeos. Cada vez son más los ancianos que dejan de comer para ahorrar dinero. En: suite101.de [consultado: 03-11-2012] [Enlace externo]
[3] Castillo, J.- [parcialmente en línea] El trabajo del futuro. Ed. Complutense. Madrid, 1999. [consultado: 03-11-2012] [Enlace externo]