Robots de carne: somos nosotros

Nació Frankenstein para terminar con la mortalidad del ser humano. Pero pagó el precio de la incomprensión de los mortales, recibió su odio y se condenó a la soledad. En realidad era una nueva versión del antiguo mito de Prometeo: robar el poder de los Dioses siempre atrae su castigo.
El Doctor Moreau trató igualmente de trasladar las características humanas a los animales y consiguió ampliar el catálogo de abominaciones.
Un nuevo salto adelante en los descubrimientos cientìficos: la mente. Surgió Mister Hyde y la humanidad comprendió que el hombre no podía fiarse de sí mismo, su naturaleza oculta le traicionaba. La sociedad comenzó a rebuscar en sus cenizas. Y como el ave fenix renace de entre ellas, así volvió a nacer el mito del autómata. Ya lo había intentado Dédalo: lograr el hombre mecánico, eficaz como los de carne y sin sus impredecibles defectos. Pero unificar la racionalidad y el deseo de ser Dios con la defensa de la moralidad ¿es posible?. El progreso de las máquinas tendrá consecuencias insospechadas para la sociedad de los hombres. Se elucubra mucho al respecto, tanto como se desconoce realmente cuáles serán éstas.
Robots de carne
Últimamente se están poniendo muy de moda los robots humanoides. No son todavía capaces de conductas complejas, pero los técnicos se centran en su apariencia humana. Algo al estilo de Roy Batty, el replicante de Blade Runner: un robot de carne mejorada con sentimientos humanos. Pero eso todavía queda muy lejos. Entre tanto la ciencia va dando pasos como en el caso del cuerpo modular (Project OSCAR The modular Body). La idea del replicante ya no es tan lejana como podríamos suponer.
Robots de carne somos nosotros
Con todo esto tendemos a olvidar cuál es la verdadera diferencia entre lo que llamamos «robot» y el ser humano. Somos personas porque tenemos sentimientos y somos capaces de ello gracias a nuestro libre albedrío. En cada disyuntiva de la vida tenemos que elegir porque no nos es dado tenerlo todo. Somos humanos porque vivimos renunciando constantemente. Y renunciamos siempre para avanzar, aceptando el riesgo de equivocarnos en nuestras elecciones. Es así como crecemos
espiritualmente. Y también es así como nos hundimos psicológicamente cuando no somos capaces de soportar las consecuencias negativas de nuestras malas elecciones. Vivimos en un mundo peligroso, en una naturaleza fría y cruel a la que sin embargo amamos por su belleza y grandiosidad. En realidad nuestros sentimientos dan valor al mundo. Eso no lo hace un robot.

Dice la Dra. Medina [1] que «El hombre ya se encuentra inspirado en el deseo de omnipotencia y quiere replicar individuos dotados de ingenio y belleza excepcionales» una humanidad que se siente tentada a ser «programada sin sentimientos pero ‘perfecta’ ”. Esa es una mentalidad que impregna el tejido económico-social de nuestra época. Y esa manera de pensar nos impide tomar conciencia de cómo el sistema programa nuestros comportamientos, nuestras decisiones, nuestros gustos y – lo que es aún peor – nuestros sentimientos. Nosotros somos los verdaderos «robots de carne».
Fuentes
[1] Medina, D.– Clonación: ¿Jugando a ser Dios? Rev Cent Dermatol Pascua Vol. 11, Núm. 3. Sep-Dic 2002, p. 121. Medina CDE. Editorial. [consultado: 04/08/2017] [enlace externo PDF]