¿En qué podemos creer? Creencias y supervivencia
¿Creemos todavía en algo? Nuestra Real Academia Española (RAE) define a la creencia como «firme asentimiento y conformidad con algo». Dicho estado mental, muchas veces subconsciente, afecta a la percepción del entorno, las cosas y situaciones que nos rodean, y también a nuestra propia visión de nosotros mismos, nuestro dinamismo anímico: nos permite situarnos en el medio natural y social con mejores garantías para nuestras creencias y supervivencia.
Es decir, que podríamos imaginarnos a las creencias como unas gafas correctoras que nos permiten caminar por el mundo con paso firme y seguro, en vez de marchar por aquel con rumbo errático y dando bandazos. El hombre sin creencias atraviesa un mundo sin referencias, sin líneas de unión claras que le sirvan para enlazar su origen y su destino. A lo largo de un tal deambular errante a menudo se olvida la importancia de sentirse integrados y el aislamiento endurece nuestro corazón y oscurece nuestros conceptos, llevándonos a vivir una vida egoista, sin proyección a los demás y, por lo tanto, sin horizonte.
Esta visión sería aún más radical contemplando a la persona como «un complejo de hechos físicos y mentales«. Parfit – nos dice Pereiro [1]- «concibe las personas como «fardos» o «bultos» («bundles») de percepciones, creencias, deseos, &c. Resulta injustificada, por tanto, asumir la existencia de un «ser». Habrá experiencias pero no sujeto«. O sea, que lo importante para el ser humano no sería tanto lo que conocemos como «su vida real», sino su dinámica interna, lo que acontece en su mundo interior. Y en ese sentido la falta de creencias equivaldría a una muerte interior por falta de cohesión de dichas experiencias.
Creencias y futuro
Antes de la Constitución democrática de 1978, España era un pais dominado por creencias de índole religiosa, las cuales servían de referencia en todos los ámbitos de la vida, tanto a nivel individual como en lo comunitario. Tras el cambio democrático esta sociedad quiso demostrarse a sí misma que era capaz de generar ilusión y sumergirse en el océano de la modernidad. Y esto supuso un cambio de referencias importante, cuyo epicentro se vió trasladado desde la vida teocentrista de la España profunda hasta la esfera de lo público: espectáculo, educación ciudadana y vida política reemplazaron al omnipresente púlpito como nuevos adalides de la «modernidad».
Pero nuestro sistema político-social está «basado en los principios democráticos de la ciudadanía representativa, avalados por la institución del Estado-nación [..] un sistema económico capitalista fundamentado en el libre mercado y la búsqueda individual del beneficio [..] y un sistema cognitivo anclado en los principios racionalistas de la ciencia» (Ferreira [2]). Ha demostrado claramente su incapacidad para dar solución a los problemas que nos acucian: desigualdad, corrupción, pobreza, marginalidad, etc. Y finalmente la «desesperación» de la que nos creíamos a salvo en los refugios de las sociedades avanzadas ha terminado por llamar a nuestra puerta. Lo ha hecho en forma de crisis, no sólo económica sino también de creencias. Los hechos han terminado por mostrarnos que no queda nadie en quien confiar, el sistema simplemente «no funciona bien«.
Fuentes:
[1] Pereiro, P. [en línea] Una cuestión de supervivencia. En: EL CATOBLEPAS. número 29 • julio 2004 • página 20. [consultado: 07-mar-2013] [Enlace externo]
[2] Ferreire, M. [en línea] La poética de la desesperación. En Revista Sociológica del pensamiento crítico. Vol 6, No 2 (2012). [consultado: 07-mar-2013] [Enlace externo]